Abe's Brain

viernes, septiembre 16, 2005

Mojado

Salgo a llevar un pedido. Como todo el día, hace algo de frío así que cojo la chaqueta.
A medio camino empieza a lloviznar, resulta agradable y lo prefiero al calor de ayer.

Llego a la sidrería y le doy la bolsa. El dueño la coge, se va a la máquina de tabaco, la abre, comprueba que todo está en orden, atiende dos llamadas (hablando un rato con la segunda) y coge el ticket. Han pasado varios minutos y yo sigo apoyado en la barra esperando.

Un camarero me dice algo. Levanto la mirada y veo que él mira hacia la calle. "Vaya como está lloviendo" intuyo que me acababa de decir. Me pregunta si traigo paraguas. Le digo que no hace falta, llevo capucha.

Al fin el dueño me paga y pide perdón por hacerme esperar. Salgo a la calle, me subo la cremallera de la chaqueta. Camino dos pasos, me veo obligado a ponerme la capucha. Seguramente pareceré estúpido con todo el pelo aplastado por la cara. Sigo caminando... "esto no marcha". Cada vez llueve más y llevo ropa de verano. Ayer no, ayer pareció buena idea ponerse vaqueros y pasar mucho calor. Esta mañana colocando cajones de tabaco en el almacén y ahora esto. Me bajo la capucha.

Bueno, pienso, lo mejor será correr hasta llegar al estanco, allí me podré secar tranquilamente. Empiezo a correr lo más rápido que puedo.

Primeros metros. Vaya, no recordaba que pudiese correr tan rápido.
Primera manzana. Esto me está sentando bien. Quizá debería correr más a menudo
Segunda manzana. A esta velocidad llegaré en un momento. Venga que sólo queda la mitad.
Tercera manzana. ¡Oh Dios mío, qué es este dolor en el pecho! ¡Se me están comprimiendo los pulmones!
Unos metros más. Me paro. Estoy muy mojado. Tanto que no parece posible. Alterno paso normal y trote hasta llegar.
Aquí está el dinero, me voy a cambiar a casa

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martes, septiembre 06, 2005

Quién me mandaría meterme en obras

Ojo, es largo, había pensado en partirlo en dos pero al final lo he escrito de un tirón.


Hace ya bastantes años me leí un libro llamado “Quién me mandaría meterme en obras”. Se trata de la visión de Gomaespuma de las obras. Un libro realmente divertido; de hecho, cuando lo leí creía que era un libro de humor. Lo que sé ahora y entonces desconocía es que sin duda es un libro que lleva tras de sí una intensa investigación.

Y es que tras muchos años de repetirlo sin convencer demasiado, mi madre decidió que ya era hora de cambiar la cocina. A priori, ya es algo bastante complicado, teniendo en cuenta que sin cocina, ya me diréis donde se hace la comida. Además está el hecho de tener albañiles paseando por tu casa y el ruido que una obra conlleva. Estaba claro que mi madre se iba a volver loca, así que lo mejor parecía hacer la obra en Agosto, aprovechando las vacaciones. Y aquí empiezan los problemas. No por el hecho de que yo no pueda disfrutar de una o dos semanas solo en casa. Sino porque, estando a mil kilómetros no puedes ver lo que hacen los obreros.

Es entonces cuando empiezas a ver ese libro como una recopilación de verdades como puños. Parece ser (yo procuraba no hacer demasiadas preguntas para no poner tenso a nadie) que estaba todo controlado para que el albañil (hablo del jefe, supongo que habría varios) controlara todo el tema para que la cocina estuviera operativa a nuestra vuelta. Es decir, que se ocupaba de llamar fontaneros, electricistas y todo el tema. Excepto, claro está, los muebles y electrodomésticos, que ya teníamos comprados y que llevarían a casa cuando la obra de albañilería estuviese completa.

Creo que en un principio nuestro amigo albañil dijo que acabaría el 16. Pero, oh, que maleducado, no he presentado al susodicho. Se trata de un hombre de enorme cabeza… físicamente hablando, porque en el tema de cerebro no parecía servirle mucho más para gritar “sí sí, claro claro” de manera acelerada a todas nuestras peticiones. Pues bien, la fecha inicial fue aplazada hasta el 22, y más tarde para el 26.

Total, que el 25 volvemos a casa y nos vemos que, evidentemente, nuestro concepto de acabada y el suyo no se parecían. Su material de obra aún estaba en nuestra entrada; de hecho porque aún lo iba a necesitar (seguramente, porque la obra no estaba acabada). Al día siguiente llegan los portugueses con los muebles encargados y comienzan los problemas. Iba a hacer un post comparando cómo trabajaban los portugueses y como los españoles. Pero como no tengo demasiados ejemplos como para generalizar me limito a comentar los hechos ocurridos.

Tras unas horas poniendo muebles los portugueses nos avisan de que de los azulejos viejos se ven cachos porque el mueble no lo tapa todo. ¿Culpa de ellos? No. Agudo como águila, el albañil decidió que para qué andar cambiando azulejos de más (además con el tiempo tan reducido del que disponía) pudiendo cambiar lo estrictamente necesario, apurando al máximo. ¿Resultado? Por debajo de los armarios altos se ven unos centímetros de azulejo que no corresponde con el resto. ¿Explicación? El albañil sostiene que le dijeron 140 cm en lugar de 150. Podría comprender una confusión de ese estilo por el acento portugués; pero, cuál fue mi sorpresa al ver que mi amigo cabeza buque también hablaba portugués. Creedme si os digo que si los que hicieron los muebles dicen 150 es porque empiezan a la altura de 1,50 porque sino fuera así dirían 150.5 (les hemos encargado muchos muebles y he visto muy poca gente tan profesional).

Mi madre ya estaba totalmente desesperada. Je, sólo había visto la introducción.
El tema de los azulejos no se pudo resolver dado que en hacer el trabajo bien el albañil tardaría medio día, pero los portugueses tenían que marcharse y no podían volver en 15 días. Una anécdota curiosa aquí fue que el albañil decía que quitar los viejos era un momento. El de los muebles le contestó de una manera infinitamente más humilde de lo que yo hubiera hecho que si lo intentaba iba a romper los nuevos. Incluso le soltó un “¿apostamos?” con una sonrisa sin malicia en la cara. Lástima, me hubiera gustado ver la cara del otro al perder…

Al lunes siguiente el albañil viene a acabar su trabajo. También empiezan a traer electrodomésticos. Sin embargo se olvidaron el horno y el lavavajillas tenía la puerta abollada. Quedaron en venir otro día a cambiarlo, traer el horno y poner la campana de extracción. Creo que hablo del día 29 o 30. A día de hoy aún no han aparecido. Al menos tuvieron la decencia de decirnos que no pagáramos nada hasta que lo hubieran hecho.

Aún hay más, oiga. Casi me meo de la risa cuando mi padre me comenta que el fontanero se había marchado alegando que ‘poner el fregadero en la encimera no era su trabajo’. Ándele, me pregunto quién se ocupara de esto. ¿El que corta el mármol? ¿El señor Roca? Ni idea, porque al final lo tuvimos que hacer mi padre y yo.
Ya una semana más tarde se dignó a venir a conectar las cañerías y eso. Y aún así lo hizo mal. Porque perdía agua y tuvo que volver dos veces más (la última aún hoy). Esperemos que este tema esté zanjado.

Bueno, repasemos, no podemos confiar ni en nuestro albañil ni en nuestro fontanero (contratado por el anterior); ¿qué es del electricista? Eso mismo me pregunto yo porque está totalmente desaparecido. Su existencia está tan probada como la de vida inteligente en otros planetas. De hecho, la vitrocerámica la tuve que conectar yo aunque se supone que debe hacerlo un técnico especializado.
Para las luces hemos tenido que llamar a un amigo electricista ya retirado.

Huy, que se me olvidaba. El albañil tampoco se hace responsable si los azulejos están mal colocados, porque son muy largos y se comban. Claro, y si ‘tiene que andar cambiando los que están mal de fabrica no acaba nunca’. Es que le damos sólo un mes para que ponga azulejos en las paredes y baldosas en el suelo y no es plan.
Y lo más gracioso, cuando parecía que no podía ser más incompetente, va el tipo y se culmina. Poniendo los muebles, el portugués ve que un armario no se pega a la pared. Sí lo hace arriba del todo, sí lo hace en el suelo, pero no en el centro. Sí señora, ha construido un tabique que ni siquiera está recto. En estos momentos un trabajador debería caer al suelo llorando muerto de vergüenza, cortarse el dedo meñique con un cuchillo de cocinero o hacerse ermitaño. Pero no, de hecho, no sé ni qué excusa se inventaría.
Y la puntilla. Evidentemente, el tipo tenía una llave con la que poder entrar en agosto. Pues cuando habíamos vuelto se ve que la seguía usando; ¡¡¡incluso cuando había gente en casa!!! Y la plaza de garaje igual… que nos fuimos a comer fuera y cuando volvimos estaba su furgoneta!

¡Qué aún hay más! Debido a las obras, en la escalera del edificio habían picado o algo y había que repintar un poco. Bueno, este tema costó. De hecho, estoy seguro de que sólo hemos conseguido que lo hicieran porque nos negamos a pagar todo lo acordado hasta que la obra estuviera totalmente finalizada. Bueno, el pintor que contratan necesito de dos días para pintar apenas un metro cuadrado de pared. Ninguno de los dos días que vino consiguió hacerlo con el color adecuado y, de hecho, mi padre tuvo que preparárselo. Eso es profesionalidad.

Vaya, creo que eso es todo. O al menos todo lo que logro recordar a estas horas. Todavía hoy sigo esperando el fin de la obra. No contratéis a ex-convictos para vuestras obras del hogar. O, por lo menos, contratad a alguno cualificado para hacerlas

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