Al principio todo parecía ir bien. Vale; no tenía demasiado de qué hablar con ellos, pero parecían tener un concepto de “compañero de trabajo” bastante aproximado al mío. Mucho colegueo, ambiente relajado y tal; pero llegada la hora de salir, cada uno a su casa y Dios en la de todos. Vamos, que ni se hablaba de hacer cenas o quedar para tomar algo después del trabajo ni se mencionaba ningún caso pasado. De hecho, en alguna ocasión me resultó hasta raro. Algunos ya llevaban juntos un tiempo y, llegado el día en que uno se iba de la empresa, no se le volvía a ver el pelo.
Pero de repente todo se fue al otro extremo: se organizó una cena sin ningún motivo concreto. A la gente le debió gustar porque a la semana siguiente ya se organizó otra. Acabada ésta se empezó a hablar de la de Navidad. Era como si a nadie se le hubiera ocurrido hasta entonces pero ahora todo el mundo estaba encantado. Los temas de conversación, que lógicamente habían aumentado con el tiempo, volvieron a sus orígenes. Anécdotas de borracheras, fiestas, tipos de bebidas alcohólicas… solo que ahora son anécdotas comunes (comunes entre ellos, claro). Y que si cena por aquí, cena por allá; conversaciones sobre dónde se hace, sobre quién va, sobre el precio, sobre si se pagó ya…
Mientras, yo vuelvo a sentirme como un extraterrestre y a preguntarme qué me habrá pasado que soy tan raro
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